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Nanomateriales y PRL: ¿más de lo mismo?

30/09/2013

Emilio Castejón

Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo (INSHT)

Históricamente, la forma en la que la sociedad ha tratado los nuevos inventos puede esquematizarse en un proceso compuesto por varias fases. Inicialmente, el descubrimiento mostraba su viabilidad técnica y, a continuación, se ponía a prueba su interés económico. Superada esta segunda fase comenzaba la explotación comercial, más o menos exitosa en función de las características del producto, la posible existencia de competidores, etc. En algún momento de esta fase, en algunos casos, se empezaban a detectar efectos adversos sobre la salud de los trabajadores implicados en el proceso productivo, de los consumidores o de otras personas, un problema que los promotores del invento procuraban ocultar con tanto mayor empeño cuanto más elevado fuera el volumen económico asociado al proceso. Recuérdese por ejemplo la discreción con la que fueron tratados los efectos cancerígenos del tabaco o del amianto, por ejemplo. Finalmente, sin embargo, los problemas trascendían del selecto círculo de los elegidos y los poderes públicos tomaban cartas en el asunto obligando a la adopción de medidas preventivas y, en el límite, a la prohibición o restricción casi absoluta de la utilización del producto o proceso.

Los ejemplos son tan abundantes que no hace falta esforzarse mucho para elaborar una lista de una longitud considerable: el mercurio, el amianto, los colorantes de bencidina y otras aminas aromáticas, las radiaciones ionizantes, algunos disruptores endocrinos...

En la actualidad el proceso arriba descrito ha sufrido modificaciones importantes: en algunos casos (como ocurre con las sustancias químicas), la legislación (reglamento REACH) obliga al fabricante a demostrar a las autoridades competentes que el producto es seguro y no producirá daños ni en los trabajadores, ni en los usuarios, ni en el medio ambiente.

Pero ello no siempre ocurre así. Hay casos en los que los nuevos inventos con interés económico empiezan a comercializarse sin mayores precauciones, pero simultáneamente o al cabo de muy poco tiempo empiezan a aparecer indicios públicos de posibles efectos adversos. Si el volumen económico asociado al invento es suficientemente grande no tardan en aparecer nuevos estudios que rebaten la existencia de los citados indicios, eternizando una discusión que nunca termina en una conclusión clara. El ejemplo paradigmático de esta nueva vía es el de los efectos cancerígenos de los teléfonos móviles sobre el cerebro: se sospecha de ellos desde los años noventa del siglo pasado y siguen apareciendo artículos que sugieren que la utilización de aquellos incrementa el riesgo de tumores cerebrales... inmediatamente seguidos de otros que pretenden haber demostrado lo contrario. 

La introducción de los nanomateriales ha seguido un camino parecido, aunque con matices. Desde el primer momento las autoridades previeron que partículas de ese tamaño podían ser particularmente nocivas para los seres humanos y el medio ambiente. Por ello, en los planes oficiales de investigación (a los que los países poderosos han dedicado ingentes cantidades de dinero dada la importancia económica prevista para estos nuevos materiales) se introdujeron porcentajes modestos pero apreciables para dedicarlos a la investigación de los posibles efectos indeseados de los nanomateriales. Lamentablemente, sin embargo, los resultados de todas estas investigaciones han sido de una escasez preocupante: seguimos sin saber casi nada práctico sobre los efectos de las nanopartículas, no disponemos apenas de sistemas de medida de las concentraciones am-bientales que por otra parte tampoco servirían de mucho dado que apenas existen valores límites ambientales para dos o tres sustancias...

Mientras tanto, sin embargo, los nanomateriales, a mayor honra y beneficio de sus promotores, nos han invadido: se encuentran en nuestra ropa, en nuestra comida, en nuestros medicamentos, en los juguetes de nuestros hijos, en nuestros teléfonos móviles y toda clase de gadgets, en nuestros coches, en múltiples materiales de construcción,... Y acabamos de empezar.

Tranquilos, no pasa nada... por ahora. Tampoco pasaba nada con el amianto y el tabaco, y ya ven... La diferencia es que la exposición al amianto y al tabaco era limitada a un número relativamente pequeño de personas;  pero a los nanomateriales, si aún no lo estamos, con toda seguridad estaremos ampliamente expuestos todos y cada uno de nosotros.


Ver editorial original en: www.prevencionintegral.com