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Un enfoque no trivial para la prevención de la exposición a sílice cristalina

14/09/2015

Alberto Escrig

Instituto de Tecnología Cerámica UJI-AICE, Castellón, España

La sílice cristalina, en forma de cuarzo, es uno de los componentes más abundantes de la corteza terrestre. Asimismo, como materia prima goza de innumerables aplicaciones. De hecho, la mayoría de las industrias vinculadas a la construcción utilizan cuarzo como materia prima fundamental. En consecuencia, el cuarzo es uno de los principales constituyentes de nuestro entorno.

Con frecuencia, el cuarzo se procesa con un tamaño de partícula tal que puede entrar en suspensión en el ambiente al manipularlo. La inhalación prolongada de sílice cristalina respirable (SCR) origina una neumoconiosis que se denomina clínicamente silicosis. La silicosis es una enfermedad profesional de carácter irreversible que aún prevalece hoy en día, especialmente en países en vías de desarrollo.

Aparte de estar ligada a una enfermedad profesional propia, la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC) ha planteado la posibilidad de que exista un vínculo entre la exposición a SCR y el riesgo de contraer cáncer de pulmón [1–3]. En efecto, este organismo ha clasificado a «la sílice cristalina inhalada en la forma de cuarzo o cristobalita» como carcinógena para los humanos (grupo 1).

No obstante, en la monografía de la IARC en la que se establecía la citada clasificación se puntualizó que: «la carcinogénesis no se ha constatado en todas las situaciones industriales estudiadas», lo que no tenía precedentes hasta la fecha. Además, también se indicaba que «la carcinogénesis parece depender de características inherentes a la sílice cristalina o de factores externos que afectan a su actividad biológica».

Al contrario que los agentes tóxicos moleculares, la toxicidad de los agentes particulados no viene determinada totalmente por su fórmula química, sino que su reactividad depende en gran medida de muchos factores como la historiaquímica, térmica y mecánica de las partículas. Esto significa que pueden tenerse dos agentes químicos con la misma composición nominal —por ejemplo, SiO2—, pero con una toxicidad radicalmente opuesta.

La SCR es un ejemplo manifiesto de dicha variabilidad. Se ha comprobado que la toxicidad del cuarzo depende de su origen y de los minerales que lo acompañan (con independencia de que lo hagan desde el propio yacimiento). En relación con esto, es notable la «anomalía escocesa» en la que una cohorte mostraba un desarrollo de silicosis inusual. Efectivamente, los resultados epidemiológicos en general son un reflejo de la toxicidad variable de la SCR y, de hecho, no está claro que exista una relación directa entre la exposición a SCR y el cáncer de pulmón, sin la presencia previa de silicosis.

Así, puede afirmarse con rotundidad que cada cuarzo cuenta con su propia toxicidad. Se ha sugerido que las «características inherentes» de la SCR mencionadas en la monografía de la IARC hacen referencia a las características físicas y químicas de su superficie, mientras que los «factores externos» son precisamente otras sustancias que acompañan a la SCR y que influyen en su toxicidad.

Si este postulado es correcto, entonces sería teóricamente posible modificar la toxicidad de la SCR a voluntad, de manera que la exposición a este contaminante sea intrínsecamente segura. Esta posibilidad ofrece un nuevo enfoque para la prevención del riesgo asociado a la exposición a SCR, siendo posible eliminar el riesgo desde el origen.


Ver editorial original en: www.prevencionintegral.com